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Relato de una vida

Durante mucho tiempo pensé que mi primer recuerdo era el nacimiento de María José, mi hermana, tres años y tres meses más joven que yo. Guardo un recuerdo nítido de la visita con mi padre a la clínica, para ver a mi madre y conocerla a ella. Sin embargo, pasados los años, llegué a saber que el primer recuerdo es una secuencia de una película que tenía por título original Hollywood or Bust, estrenada en España como Loco por Anita, protagonizada por Dean Martin, Jerry Lewis y Anita Ekberg. Mi padre trabajaba como administrador en el cine Xesteira, construído por su tío y yo crecí en él. Ahora sé que la película se estrenó en Ourense, en su cine, en 1959, poco antes de nacer mi hermana.

Mi madre, heredera de una maravillosa tradición familiar de narradores orales, iluminó los mediodías y las noches de nuestra infancia con las historias que nos contaba. El único cuento clásico que recuerdo contado por ella, era Garbancito. Su repertorio se nutría de las fábulas de un tiempo en que los animales hablaban; las historias del río Miño, sus barqueros, los pescadores, los molinos y las nutrias; el ciclo de las estaciones, sus flores y sus pájaros y, también, sus recuerdos de la Guerra Civil, que ella había vivido entre los siete y los diez años. Mi abuelo, director de banda de música y republicano, tuvo que escapar y esconderse en el monte para no ser ejecutado durante los primeros días del conflicto, lo que supuso una vivencia imborrable para mi madre.

John Patrick Thompson, profesor norteamericano que analizó la relación de la novela gallega con la Guerra Civil, entre ellas O bosque das antas, al saber que la Guerra formaba parte de su ciclo narrativo vital y oral quiso conocerla. Le llamaba la atención que una mujer gallega le contase eso a sus hijos. Estaba impresionado. Cuando se encontró con ella para grabar una entrevista en vídeo, le preguntó cual era la razón por la que nos contaba una historia tan terrible. Mi madre miró fijamente a la cámara y respondió: mis hijos tenían que saber.

En brazos da mi madre, en el Punto Nuevo de Ourense
Con María José, carretera de Oira

El cine y la memoria son parte esencial de mi vida. Junto a ellos, la riqueza de vivir en una ciudad, pero solo a un kilómetro y medio de la casa de mi abuela, en Oira, una aldea, con sus vacas, cerdos, gallinas, gatos, pájaros. Con la posibilidad de poder trabajar en las vendimias, en la matanza, en la siembra y recogida de patatas; viendo como se sucedían las estaciones, como llegaban y marchaban el cuco, las golondrinas, la abubilla o los herrerillos; descubriendo camisas de culebra en los caminos, escuchando hablar del lobo. Todo esto compartido con el parque urbano, el colegio, las fiestas de la ciudad con sus marionetas, batalla de flores y verbenas.

Hoy, mi hermana y yo coincidimos en que nuestra infancia fue feliz. Cuando en el cine proyectaban películas de las denominadas “toleradas menores”, los sábados por la noche, con mi madre, íbamos a verlas. Mi padre marchaba antes, para comprobar que todo iba bien. Pero volvíamos juntos, los cuatro, de madrugada, acompañados del sereno, que siempre esperaba por mi padre que, cada noche, traía para casa la recaudación del día para ingresarla por la mañana en el banco, y que había vivido un par de intentos de atraco, de los que lo había salvado Antonio, nuestro sereno y héroe familiar.

El Xesteira, nuestro cine

Estudié los primeros años en un colegio de monjas, de las que guardo un recuerdo tan nítido como negativo. Luego preparé el ingreso en una academia. Rubén, el marido de Pilar, la propietaria había regresado del exilio en Francia, y nos enseñaba cosas en francés, entre ellas el Padrenuestro o un poema de Ronsard: Mignonne, allons voir si la rose… El ritmo de ese poema sigue vibrando dentro de mí y creo que ha sido esencial en la construcción de mi obra poética.

El bachillerato lo estudié en los Salesianos de Ourense. Días buenos y días malos. Con profesores extraordinarios que nos enseñaron a comprender e interpretar el mundo, en especial a Darwin, pero también soportando humillaciones, abuso y castigos inmerecidos.

Con María José, carretera de Oira
Delante de un bombardero

En ese tiempo descubrí la fascinación de la lectura. Cuando aprobé segundo de bachillerato en junio, mi madre me llevó a una librería y me dejó elegir el libro que yo quisiera. Era la primera vez que compraba un libro escogiendo yo, antes todos habían sido regalos. Decidí Los hijos del Capitán Grant de Jules Verne, que conservo y que guardo. Ese libro me llevó a vivir uno de los viajes más hermosos de mi vida, porque me empeñé en recorrer la Patagonia y la cordillera de los Andes por los mismos lugares por los que transcurre parte de la novela. Tuve la suerte de vivir la implantación de un nuevo plan de estudios y de sentir la emoción del primer COU mixto de la historia. Nuestra clase estaba formada por 17 chicas y 13 chicos. Yo tenía 16 años. Ya escribía versos. Me enamoré de Carmen, conseguí llamar su atención con los poemas que le escribía y descubrí que la poesía tenía un valor extraordinario, igual o superior al de tocar las canciones de los Beatles o de Neil Young con una guitarra, o jugar muy bien al baloncesto, que eran las actividades de mayor prestigio. Durante los seis años que duró nuestra relación, juntos descubrimos la vida. Mi intención era estudiar periodismo. Había sido becario todo el bachillerato, pero en COU no me concedieron la beca para ir a estudiar a Madrid. Recuerdo una mañana de verano de Ourense, con un calor asfixiante, en la que mi padre me pidió que fuese a verlo al cine. Allí me planteó la gran pregunta: ¿Qué vamos a hacer contigo?. Me ofreció tres alternativas: estudiar para maestro, oposiciones a la administración o entrar a trabajar en el banco en el que, cada mañana, ingresaba la recaudación del cine. Hoy tal vez habría elegido ser maestro, porque con el tiempo descubrí que me gusta dar clases y, según dicen, no lo hago mal como docente.

Segundo por la derecha. Fila inferior. Cambados, curso de verano 1971.

Pero aquella mañana decidí ser funcionario público. Por esos días me incorporé a un grupo de teatro, en la época del teatro experimental y libre del final del franquismo. Milité en una célula de un partido clandestino, estudié los temas de acceso a la administración y aprobé a la primera mi primera oposición, con 19 años. En ese momento ya me había matriculado en el Colegio Universitario de Ourense en la carrera de Filosofía y Ciencias de la Educación. Con 19 años era el único amigo que ganaba un sueldo mensual, lo que me permitía invitar a los más queridos a pasar algún fin de semana en Portugal. Destinado en el Gobierno Civil de Ourense, viví todo el proceso de transición democrática, participando en el equipo permanente que se organizó para llevar a cabo siete procesos de votación en seis años, entre elecciones y referéndums. Ese fue un gran aprendizaje. Tras la interrupción que supuso un servicio militar muy duro en Canarias, justo después de la Marcha Verde y de la entrega del Sahara a Marruecos, finalicé la carrera y ya con el título universitario preparé dos oposiciones más que me permitieron acceder a los cuerpos superiores de la Administración Pública. Con 24 años gané el Premio de Poesía Cidade de Ourense, en su primera convocatoria. El premio suponía la publicación del libro ganador. Para entonces se había desarrollado en mí la vocación de servicio público.

Escribiendo a máquina el primer libro. Ourense 1979

En 1982, agobiado con la fama que había adquirido en mi ciudad tras ganar el premio de poesía, buscando nuevos horizontes, conocer a los escritores de mi generación que leía, pero no trataba, acepté incorporarme como voluntario a la recién creada administración autonómica gallega, trasladándome a vivir a la ciudad de A Coruña. En ella conocí a la fotógrafa Maribel Longueira y, por ella, un territorio nuevo que me cautivó para siempre, el litoral de transición entre las Rías Bajas y A Costa da Morte.

Ante un juez nos casamos 1985. En 1986 nació nuestro hijo Daniel.

Con Maribel Longueira. Carnota, 1984

En 1988 ganaba el premio Xerais, con la novela O bosque das antas, en la que, a través de una ficción, narro la historia real de mi abuelo que nos contaba mi madre. Una mentira para poder contar una verdad. Casi siempre he podido compaginar la vida laboral y la literaria. He ocupado puestos de responsabilidad en la administración, sin aceptar nunca cargos de naturaleza política y he luchado por mantener mi independencia y libertad como autor.

Tanto la literatura como la administración me han dado mucho más de lo que les he dado yo. He conocido a gente maravillosa, he viajado por cinco continentes, he tenido que afrontar responsabilidades que me han hecho madurar y que han tenido su reflejo en la literatura. He podido leer mis poemas en muchos países. He asistido a ferias del libro, unas veces como funcionario y otras como escritor. El trabajo administrativo me llevó desde el Ártico a África, desde Rusia a buena parte de Latinoamérica. El literario me permitió conocer y ser amigo de Aurora Bernárdez, Elena Poniatowska o Antonio Gamoneda.

El 31 de julio de 2019, tras 43 años en la administración, solicité la jubilación voluntaria.
Siempre me ha gustado que la literatura que escribo se sitúe en ese territorio difuso que no divide, ni separa, que confunde la realidad y la ficción. También que se nutra de la experiencia y de la memoria. En ese sentido, tuvo bastante repercusión la publicación de la novela A noite branca, porque para escribirla, Maribel y yo viajamos en auto caravana, desde A Coruña a Novgorod, atravesando Europa, siguiendo con exactitud la ruta que llevó a la División Azul desde España hasta el frente ruso en 1941, para combatir con el ejército alemán en la II Guerra Mundial. Doce mil kilómetros entre ida y vuelta. Un mes de viaje. El periódico La Voz de Galicia apoyó la iniciativa y abrió un blog (De Galicia a Novgorod) en el que escribimos y colgamos fotos cada día, blog que tuvo muchas entradas y participación, lo que luego ayudó al éxito de la novela. Tres ediciones en 5 meses y el premio Irmandade do libro, al mejor libro gallego del año 2012. En ella, la memoria de mi madre y el cine de mi padre, vuelven a ser esenciales.
He trabajado casi todos los géneros literarios: poesía, novela, relato, ensayo, literatura infantil y juvenil, de viajes, guiones de cine y televisión o teatro. También he colaborado en prensa y radio. Durante ocho años mantuve el blog: A noite branca, hasta que me ví forzado a dejarlo, debiendo optar por lo que era más importante para mí en aquel momento, ya que no podía mantener toda la actividad que desarrollaba y, al mismo tiempo, atender a mi madre, ciega y enferma de Alzheimer.

Con Daniel. Selva de Irati

Los últimos libros que he publicado, cuando escribo esta biografía, en abril de 2020, en días de confinamiento, ha sido una novela calificada de feminista por la crítica escrita por mujeres, titulada Alma e o mar, y un libro para lectores autónomos que necesitan ayuda, así define la editorial al grupo de lectores comprendido entre los 8 y los 10 años, Os contos da avoa Pepa, en el que reúno la mayor parte da las historias que nos contaba nuestra madre. Este libro mereció el Premio de la Gala de la Edición Galega al mejor libro infantil del año 2018 y ha figurado en la lista de honor de la CLIJ, de los 100 mejores libros infantiles y juveniles 2019. El libro Manuel Rodríguez Louro, do Monte Pindo a Mauthausen, editado por la Deputación Provincial de A Coruña y la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, ARMH, cuenta la historia de Manuel, un joven de A Costa da Morte, que no quiso ir a la guerra y que, tras combatir en dos, falleció en Mathausen.

Llevo años trabajando un libro que denomino “proyecto cetáceo”, porque lo que pretendo es contar la relación de Galicia con los cetáceos, desde el paleolítico superior hasta hoy. Se trata de un proyecto total, en el que hay: relato, biografía, literatura de viajes, poesía, entrevistas, correspondencia, muchas lecturas, pero también biología, oceanografía, paleontología, arqueología, cartografía, historia… y, como Galicia está situada en un punto fundamental en el mapa, que ya decía Seamus Heaney que Galicia no es el fin de la tierra, sino el primer lugar que se encuentra navegando desde Irlanda, pues en realidad el libro habla de todos los continentes y de todos los mares y océanos. Todavía no tiene título definitivo.

Con mis padres en la casa de Lira.

A mí me lleva mucho tiempo escribir un libro. Quizás por eso publiqué tanto, curiosa paradoja. Preciso cambiar de género para poder volver a uno en el que vengo de trabajar. Mi promedio es una novela cada siete años, un libro de poemas cada cinco, y por el medio: literatura infantil, juvenil, de viajes o ensayo. Las voces de un libro permanecen mucho tiempo dentro de mí, como ecos que vienen desde un lugar profundo y de difícil acceso. Si finalizo una novela y escribo otra, me da la sensación de que las voces de la anterior contaminan las de la nueva. Igual me sucede con los ritmos, cadencias y universo de imágenes y metáforas de un libro de poesía. Tengo que reposar, dejar que las voces y ecos se apaguen para poder iniciar un nuevo proyecto en el mismo género.
No sé cuantos libros me dará tiempo a escribir en la vida que me queda. Quizás dos novelas, el libro de los cetáceos, alguno de poesía. En la cartera esperan los cuadernos de proyectos iniciados o soñados hace años y por el camino pueden surgir otros. Iremos viendo, que el camino se hace caminando.

Paris, Shakespeare and Cº
Paris, Shakespeare and Cº